Fotografía: Ariadna Creus i Àngel García
Hay muchos artículos que describen una realidad, y no es otra que hay muchas muertes causadas por infecciones nosocomiales varias a las que no se está haciendo referencia. Estas son, sin duda, muy subestimadas en todo el mundo. La razón son los obvios problemas causados por documentar fallos propios como demandas, reclamaciones, pérdidas a compañías de seguros, etc. a los que un hospital o el personal médico se enfrentaría a la hora de explicar una complicación causada por la infección, razón dicha para su infradimensionamiento.
Si a esa realidad se le une otra aún mayor, que todos los patógenos y virus que causan estas infecciones describen de alguna manera evolucionan y aprenden como lo hace nuestro propio sistema inmune, el resultado es que nos dirigimos a una era post -antibiótica en la que infecciones clásicas y comunes que hasta hoy y durante muchas décadas estuvieron bajo control vuelven a ser mortales. Es por ello que la revolución antibiótica de Fleming que ha salvado millones de vidas ya no está vigente.
Si además sumamos el hecho de que es precisamente en un hospital donde podemos encontrar más casos de inmunodeprimidos, lactantes, ancianos, quemados, enfermos de cáncer, etc. es cuando se hace imprescindible una solución en origen.
El 50% de las infecciones que se producen en un hospital, también llamadas nosocomiales, tienen un origen o son transportadas por el agua. Hay varios métodos por los que un hospital puede higienizar el agua, aunque ninguno es más seguro, eficaz y competitivo que proporcionar filtración de agua estéril en el punto final mediante filtros para grifos y duchas.
Hablar de «costes» cuando de lo que realmente estamos hablando es de la vida es complejo, pero sea como sea, el sobrecoste que conlleva una infección es una realidad, ya sea en forma de medicación, ya sea en estancia diurna o en atención médica. Es cuando las ventajas y la «rentabilidad» de una fuente de prevención para solucionar el problema se evalúa adecuadamente como visible.
